Amanda

Me llamo Amanda, soy de Valencia y tengo 27 años. En octubre de 2015, a punto de cumplir los 25, me mudé a Barcelona para empezar una nueva andadura profesional en el trabajo de mis sueños. Estaba nerviosa pero también muy ilusionada. 2015 había sido un año bastante malo porque, entre otras cosas, había estado muy enferma, así que sentía que por fin la vida me estaba recompensando de algún modo.

No obstante, en noviembre de ese mismo año, fui diagnosticada de linfoma de Hodgkin. Los relojes se pararon para mí aquélla tarde del 17 de noviembre, en la consulta del otorrino. “¿Cáncer, yo? No puede ser”, pensé. Había estado un año negándome las señales que me había estado mandando mi cuerpo, y preocupándome por otras muchas cosas que, vistas ahora, no tenían ningún tipo de importancia. De golpe y porrazo, tuve que darle al botón de “pause” a mi vida de veinteañera y aparcar mis sueños y mis metas para centrarme en la curación de una enfermedad que no acababa de asimilar. La inocencia se me fue junto con esa absurda sensación de inmortalidad que tenemos gran parte de los jóvenes.

Me gustaría decir que tardé poco en centrarme y en asumir mi situación, pero lo cierto es que me costó mucho. En junio de 2016 me dijeron que la primera línea de quimioterapia había fallado y que había que probar una segunda línea que, de salir bien, culminaría en un autotransplante de médula ósea. Fue en ese momento cuando me di cuenta de lo que verdaderamente me estaba sucediendo. ¡Siete meses después del diagnóstico! No está mal, ¿verdad?

En aquel momento supuse que me encontraba en el ecuador de mi viaje, pero nada más lejos de la realidad. Esa segunda línea de tratamiento también fue insuficiente, y hubo que ir a por una tercera. Quedaba un pequeño tumor, un pequeño reducto que, como una pequeña aldea gala, se resistía a la quimioterapia invasora. Durante todo ese tiempo, no hubo día que no me mirase al espejo para comprobar si el dichoso bulto seguía ahí. De hecho, tiempo después me doy cuenta de que sigo palpándome el lado derecho del cuello cada vez que estoy inquieta. Supongo que, de la misma forma que cuando estaba enferma me tranquilizaba tocarme el cuello y notar que el tumor no había crecido, hoy en día sigue teniendo el mismo efecto en mí poner la mano sobre ese punto y sentir que no ha vuelto, que el lugar donde una vez estuvo continúa siendo plano, casi cóncavo.

Finalmente, aunque hubo que reforzar la tercera línea con un fármaco extra ("tercera línea y media", la llamó mi oncólogo), el 8 de marzo de 2017 me dieron la estupenda noticia de que ya estaba limpia de linfoma y lista para someterme al autotransplante de médula. Ingresé el 20 de marzo, primer día de primavera, y con tan linda fecha sentí que la naturaleza me estaba mandando una bonita señal de que para mí también empezaba un ciclo nuevo. El 27 de marzo me infundieron mis propias células madre, las cuales me habían extraído meses atrás. Ese día, volví a nacer y decidí que iba a tener dos cumpleaños.

Estos casi dos años han estado plagados de pruebas médicas, incertidumbre, horas de hospital, goteros de quimioterapia, y todo un abanico de efectos secundarios de lo más variopinto, pero también han estado llenos de otras cosas muy buenas, que, sin el linfoma, quizá, no hubiera descubierto. Esta enfermedad me ha permitido darme cuenta de la importancia que tienen la familia y los amigos, así como conocer a gente maravillosa y re-conocer a gente que ya estaba en mi vida, dándome cuenta de que aquellas personas que son capaces de empatizar contigo en tus momentos más difíciles son quienes merecen estar contigo cuando todo va bien. Igualmente me ha permitido aprender a relajarme, a reorganizar mi lista de prioridades, a vivir la vida con más intensidad, valorar más las pequeñas cosas, y ser menos egoísta. También me ha hecho darme cuenta de que, al final de este camino, lo único que nos queda son los vínculos que formamos con las personas y las experiencias que vivimos, y que el resto es complementario. Asimismo, me ha enseñado a hacer más caso a lo que me pide mi cuerpo y mi mente, e, irónicamente, he mejorado mucho en autoestima… porque no hay mejor sentimiento que levantarte por la mañana el día después de la quimioterapia, sin un solo pelo en la cabeza, las cejas completamente despobladas, ojerosa, con la piel pálida y amarillenta, mirarte al espejo, sonreírte y ser capaz de decirte a ti misma: “¡mira que eres guapa!”.

Al final, la quimioterapia se lleva muchas más cosas que el cáncer. Las marcas de esparadrapos, de agujas y las cicatrices no son más que la cara visible del huracán que pasa por tu cuerpo y por tu mente. Pero, aunque la mala noticia es que esta enfermedad es una de las cosas que no podemos controlar en la lotería de la vida, hay una buena noticia, ¡y es que, una vez hecho el sorteo, sí podemos decidir qué hacer con el "premio"! Así que si, como yo, estás pasando por esto, toca sentarse, hacer los deberes, reinventarse, poner tu mejor sonrisa, plantarle cara a la enfermedad y tratar de verle el lado positivo a todo esto. Tendrás tus días buenos y tus días malos, pero lo importante es no perder nunca la esperanza. Aférrate a las personas de tu alrededor que te quieren (te sorprenderás de ver cuantísimas hay), y a los buenos momentos que te brinde el día a día (te sorprenderá también ver que hay tantos, ¡sólo había que prestarles atención!). Tenemos que pelear con uñas y dientes por nosotros, por los que nos rodean, y también por los que no lo consiguieron. Pero, sobre todo, por erradicar esta enfermedad, y que las futuras generaciones no tengan la necesidad de luchar más.

Me gusta pensar que todo ocurre por alguna razón, y que las cosas malas de la vida no se van hasta que han terminado de enseñarnos todo lo que deben, así que quiero creer que después de todo esto, algo muy, muy bueno nos está esperando a todos. Dicen que “si la vida te da limones, haz limonada”, pero yo prefiero la versión mejorada “si la vida te da limones, haz un estofado y deja a todos boquiabiertos, preguntándose cómo lo has hecho”.

¡Ah! Y tú, que estás leyendo este texto, si no eres paciente de cáncer hematológico, pero de algún modo he conseguido traspasar la pantalla y llegar a tu corazón con mis palabras (o al menos hacerte sonreír), y ahora te preguntas qué puedes hacer para ayudar a la gente como yo... ¡tengo la solución! hazte donante de médula ósea, o colabora con la investigación contra el cáncer. Con un gesto tan sencillo, pero tan grande, puedes conseguir que alguien no tenga que volver a escribir esta historia. ¡Venga! ¿A qué estás esperando? ;)

 

Amanda

 

Página web actualizada 15/03/2019 10:38:14