Juana Moreno Villalba

Nacida en Lubrín (Almería), los primeros años de Juana Moreno transcurrieron en este bonito pueblo andaluz, arropada por el cariño de los vecinos y la total entrega de sus padres.

Era hija única y la única nieta por ambas partes, por lo que su nacimiento significó todo un acontecimiento para su exigua familia.

Juana era todavía una niña, cuando su padre fue destinado a Valencia para ocupar un alto cargo como funcionario de prisiones, lo que motivó el traslado de toda la familia y fue en esta ciudad en donde se afincaron definitivamente. Inteligente, muy guapa, de carácter dulce y atractivo, Juana encontró un buen empleo en la Compañía Telefónica en donde llegó a ser nombrada jefa de uno de los departamentos, lo que le permitió disponer de una total independencia económica. Le gustaba viajar y, conduciendo su propio coche, se había recorrido media Europa, recordaba con especial emoción la audiencia que le concedió el Santo Padre. Los veranos solía pasarlos en su pueblo natal, Lubrín, en donde la familia conservaba un cortijo.

Vivió siempre con sus padres, cuidando de ellos hasta el final, primero murió su madre a consecuencia de una leucemia, luego falleció el padre. Al quedarse sola, era soltera y no tenía familia directa, se trasladó a un piso más pequeño en una de las mejores zonas de la ciudad. El trabajo y su círculo de amistades, llenaban todo su tiempo. Ya jubilada, gracias a su pensión y al dinero que había heredado de sus padres, continuó disfrutando de toda clase de comodidades, era hogareña, pulcra y ordenada en sus cosas, cuidadosa de su aspecto, cariñosa y amable. Cuando, debido a su avanzada edad, tuvo que dejar de conducir, solía pasar agradables temporadas en las residencias de Telefónica acompañada de sus amigas, de donde regresaba, cargada de nuevas energías, a la placidez de su piso de Valencia.

Un derrame cerebral que la dejó impedida cambió su suerte. Fueron sus vecinos de rellano quienes la auxiliaron en los primeros momentos, aconsejándole que debido a su estado, lo mejor que podía hacer era ingresar en una residencia geriátrica de la ciudad en donde estaría bien atendida y, ya estaba todo organizado para el traslado, cuando la muchacha ecuatoriana que trabajaba en su casa la convenció de lo contrario. "Fue un desastre, un final que no se merecía en absoluto", dicen sus vecinos, que fueron testigos de la expoliación y malos tratos a los que estuvo expuesta la señora Juana sin que ellos pudieran hacer nada por evitarlo y cuando por fin, tras mucho papeleo, consiguieron que una asistenta social tomara cartas en el asunto determinando su inmediato traslado a una residencia de ancianos, ya era tarde, Juana murió en la más absoluta miseria un día antes.

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