Marian
Hola, mi nombre es Marian. Digamos que, por llevarle la contraria a mi DNI, tengo 28 años, pues esos son los años que hace que la vida me dio una segunda oportunidad para seguir disfrutando del día a día.
Con tan solo seis años me diagnosticaron una leucemia linfoblástica aguda. Supongo que muchos pensarán que era muy pequeñita para acordarme de todo lo sucedido pero, por suerte o por desgracia, recuerdo perfectamente todo desde el primer día que entré en la unidad de onco-hematología del Hospital Materno Infantil de Las Palmas de Gran Canaria, hasta el día que me fue dada el alta definitiva de esta gran lucha.
Supongo que, como en muchos de los niños con esta enfermedad, todo comienza con hematomas y apatía. Reconozco que desde pequeña siempre he sido un verdadero terremoto y que permaneciese quieta mucho tiempo y sin querer jugar hizo sospechar a mis padres que algo estaba pasando. Tras idas y venidas a los médicos, se confirmó lo no deseado; una más en la larga lista de niños con leucemia.
Cuando recuerdo mi entrada en la unidad, me viene a la mente la cara de las enfermeras y su gran amabilidad. Ahí comenzó la lucha y la carrera contrarreloj por salir adelante y sobrevivir: analíticas, pruebas y más pruebas, aspirados medulares, punciones lumbares, pinchazo va, pinchazo viene... Un sinfín de cosas pero todo por mi bien. Por lo que recuerdo y me cuentan mis padres, jamás me quejé por los pinchazos y nunca puse una pega por nada de lo que me hacían, sólo pensaba que era por mi bien, por lo tanto, no había que hacer que el trabajo fuese más difícil de lo que ya era.
El equipo del hospital fue siempre maravilloso, haciendo que tanto yo como mis padres pudiésemos llevar la enfermedad de la mejor manera posible. Siempre demostraron esa calma y paciencia. Recuerdo a mi querido Cristo, enfermero de hospital de día, y la paciencia que tenía para pincharme. También a las enfermeras Frenda y Mari Carmen que me traían por la noche Donetes y Coca-Cola y me llevaban con ellas a ver la tele mientras me ponían la quimioterapia. Mi auxiliar preferida era Sara... ¡cómo me alimentaba! El Dr. Malcorra y el Dr. Campos accedían a mis chantajes de golosinas para dejarme hacer las punciones. Creo que se quedan cortas las palabras para agradecer todo lo que hicieron por mí.
Esta foto es de mis primeras Navidades, después de ocho meses de tratamiento. Esa carta a los Reyes iba llena de ilusiones y creo que me concedieron el gran regalo que supongo que pedí en ella: seguir luchando por salir adelante.
El camino no es fácil ni llevadero pero gracias al personal sanitario y a la gran suerte de tener una familia maravillosa, todo es más fácil y se sigue adelante. Son semanas, meses de tratamiento, pruebas y más pruebas para ir confirmando resultados y viendo expectativas. En casa nadie era compatible conmigo en el caso que hubiese hecho falta un trasplante de médula ósea. Cada visita al médico para un nuevo control era ir con el corazón en la garganta pero a su salida era pura celebración. Son buenos recuerdos todos los que tengo de las idas y venidas al hospital, parecerá extraño pero, a día de hoy, sigo diciendo que mis padres y el personal sanitario me lo hicieron muy fácil.
Por suerte todo salió que ni pintado, todas las pruebas y revisiones iban saliendo bien y el pronóstico cada vez era más favorecedor, lo que hacía que en casa se respirase algo de tranquilidad. Digamos que intentaba seguir una vida normal como cualquier niño de seis años con mis amigos, mis juegos y mis clases. Marisa, mi maestra en esos años, se encargaba de ir por el hospital a verme y de paso, zas, dejaba deberes para hacer, jeje. Siempre intenté llevar de la mejor manera los efectos secundarios del tratamiento: malestar, ver que te quedas sin pelo, el día que decidieron rapármelo, verte cada día más hinchada y pesada, cansancio y demás... Pero siempre con la idea de que llegara ese día en el que todo habría pasado.
Siempre se organizaban fiestas en el hospital tanto en Navidades como en Carnavales. Esta foto es de mis primeros Carnavales. Ya iba marcando terreno y dejando bien claro cuál iba a ser mi futuro.
El camino fue largo pero cada parada para las revisiones eran buenas noticias y llenas de esperanza. Con los años, las revisiones fueron alargándose hasta que llegó el 2000, 14 años después, cuando por fin me dieron la "carta de despido". Ya no me querían ver más por el hospital. Ese año estaba ya cursando mi segundo año de carrera fuera de casa. Después de todo lo que había vivido, en mi cabeza sólo existía la ilusión por ser enfermera. Estaba empecinada en eso y nadie podía hacerme cambiar de opinión. Pues sí, otro reto más conseguido.
Esos años fueron muy duros pues uno de mis grandes pilares durante toda mi vida y el gran apoyo de mis padres, mi tía, estaba luchando también por superar un cáncer de mama del cual no salió. Ella nos dio una gran lección de lucha, saber estar y de no dejar derrotarse por más que se encontrase con múltiples obstáculos. A pesar de todo lo que estaba pasando sólo me daba ánimos para que terminase mi carrera y me repetía una y otra vez que fuese una gran enfermera. Se fue un mes antes de mi graduación. Ese día sólo había pensamientos hacia ella y total dedicación de mi título a mis padres que, gracias a ellos, había llegado hasta ahí y, a ella, un gran ejemplo a seguir.
Mi gran pilar fue mi familia. Jamás permitieron que me rindiese, lucharon por sacarme adelante y me dieron la mayor lección: que hay que pelear y aferrarse a la vida. Mi hermana, mayor que yo y compañera de fatigas, con los años y con los golpes que nos ha ido dando la vida, tomó también la decisión de coger el buen camino de la sanidad. A día de hoy trabaja en el mismo hospital que yo, en la Unidad de Oncología, como oncóloga, siendo muy querida, luchadora y respetada por sus pacientes y compañeros.
Fue un momento imborrable cuando aparecí nuevamente en el hospital que durante años fue mi segunda casa con mi uniforme y una caja de bombones, delante de aquel médico que hacía casi quince años había apostado por mí. Jamás podré olvidar esa cara y ese abrazo. A día de hoy suelo pasar por la unidad de onco-hematología a saludar al personal.
Llevo ya trece años ejerciendo mi profesión que es mi pasión. Actualmente en el Servicio de Urgencias del Hospital Insular de Gran Canaria desde hace nueve años. Nací nuevamente para ser enfermera y así me retiraré. Intento con mi trabajo ayudar a los demás, a veces confesándole a pacientes que también luché como ellos lo están haciendo y dándoles ánimos para no decaer en esta lucha, que busquen ayuda y que se dejen empujar por los suyos pues es verdad que el camino es duro y solo se hace más difícil.
Animo a todas esas familias y personas que están en esta gran maratón, que no decaigan y que hay que seguir adelante luchando. Hay que valor la vida y disfrutar de lo que tenemos en ese momento. Recuerdo la gran lección que me dio mi tía, la de no dejar de sonreír jamás por muy mal que esté uno. Siempre sonríe que llegara ese día en que la vida te devolverá esa sonrisa.
Marian Garcia Piernavieja