Maritza
Hola, mi nombre es Maritza y soy Colombiana. Estoy casada y tengo una hermosa hija que Dios me dio como regalo, tras culminar mi tratamiento de cáncer. Soy abogada especialista.
Me diagnosticaron cáncer a la edad de 19 años, cuando me encontraba estudiando mi carrera de derecho (leyes). Debido al estrés que maneje durante unos exámenes de mi carrera, mi cuello se inflamó pero no le preste atención alguna pues consideré que era el cansancio. Sin embargo, la inflamación no bajo. Luego tuve una fiebre muy alta y posteriormente solicité una cita médica donde, de inmediato, me trasladaron a los médicos especialistas (oncólogos y hematólogos). Era un Linfoma de Hodgkin.
Mi reacción frente a la noticia inicialmente fue difícil pues mi padre falleció de cáncer y pensé que, de igual forma, iba a morir y tendría que dejar a mi familia. Uf, ¡qué situación tan difícil! Sin embargo, después de que los médicos me dijeran qué tratamiento me harían y sus duras consecuencias y, al darme un 99% de probabilidades de vida, me sometí al difícil y duro tratamiento con las manos puestas en Dios.
Superar la noticia fue cuestión de días gracias a sentir que me acompañaba Dios, el apoyo de mi familia, amigos, sus oraciones y mi propia fuerza de voluntad, al igual que el equipo de médicos que me trataron. A éstos últimos les estoy infinitamente agradecida ya que fueron muy especiales conmigo frente al tratamiento y los controles. Es más, se convirtieron en parte de mi familia pues los visitaba a cada momento y siempre había voces de apoyo y ánimo.
Mi tratamiento fue doloroso, empezando porque mis venas son muy delgadas y cada 15 días debían realizarme las quimioterapias, aparte de los exámenes de sangre que me hacían en los controles y los medicamentos que me inyectaban en casa para subir mis defensas. Los líquidos que me aplicaban vía intravenosa, en especial uno, era como si quemara mis venas. El ardor era insoportable pero por suerte mi madre estuvo siempre allí con sus manitas y me colocaba paños de agua helada en mis brazos para soportar el dolor.
Mi vida, tras seis meses de quimioterapia y 12 sesiones de radioterapia con las cuales y gracias a la voluntad de Dios me sanaron, dio un giro total. Valoro cada segundo de mi vida, agradezco por todo cuanto puedo vivir y sentir al lado de los que amo y, sobre todo, me ha permitido crecer como persona, hija, hermana, madre, esposa, amiga, tía, prima, nieta y sobrina. Es una sensación que te enseña que la vida está llena de pequeños tropiezos y otros más grandes, como fue luchar por esta segunda oportunidad de vivir. También te enseña que la familia lo es todo.
Como anécdota os diré que siempre que llegaba a la sala de quimioterapia lo hacía con una sonrisa, a pesar de que sabía cuánto iba a sufrir. Mis médicos siempre me decían "llegó la heroína de esta sala". Cuando iniciaban el proceso reíamos mucho y al comenzar a sentir las náuseas y malestares le pedía que guardaran silencio porque ya no quería reír, así que apagaban luces, televisor y era un profundo silencio el que sentía.
Los momentos de tristeza fueron pocos porque no quise tener mi estado de ánimo bajo, sin embargo, los sentí pero no me dejé vencer. El primero fue después de que mi médico me explicara la situación en la que estaba y qué procedimiento me harían; fue difícil. También recuerdo muy tristemente una vez que tuve que estar al lado de una pequeña que, al iniciarle su tratamiento, lloraba y gritaba a su madre: "Auxilio, mamá ayúdame". En ese momento lloré porque sabía que yo estaba ahí por la misma razón que ella pero ella no entendía el porqué estaba allí. Tuve que pedirles a mis médicos que me sacaran de ahí porque no resistí ver a esa princesita sufrir.
Me cogió una profunda tristeza por no poder dormir durante la noche y no poder sentir calor en mi cuerpo. Rondaba en las noches frías por mi casa mientras los demás dormían. En ese momento tuve miedo de morir pero cuando lo sentí apareció mi hermana, quien me abrazó y me llevó a su habitación, y trataba con su cuerpo de darme ese calor que, sin decirle nada, ella sentía que yo necesitaba. Ésas son las obras divinas de Dios.
Mis alegrías fueron ver a mi familia reunida alrededor de mi habitación usando los gorros que yo usaba como símbolo de acompañamiento ante las promesas que hicieron a Dios para que me diera la salud y la vida. La alegría más importante en todo esto fue el día que terminé mis quimioterapias, pues era el cumpleaños de mi madre y al terminar mi tratamiento, débil y sin alientos de nada, pude decirle a mi madre: "Éste es mi regalo de cumpleaños mamá, te amo." Aún recuerdo ese momento como si fuera ayer. Lógicamente, existió un día más de felicidad cuando me dijeron que estaba totalmente curada, un 15 de diciembre, ¡qué maravilloso regalo de navidad para mi familia y para mí!
Finalmente quiero decirles que esta etapa de mi vida me enseñó a valorar lo que soy y lo que tengo y a quien tengo. Es un momento difícil pero también es una forma de hacer un alto en la vida y darte cuenta en qué estas fallando y a qué le prestas más atención sin tener la necesidad. Te muestra quiénes realmente están contigo. Te enseña que Dios realmente está con nosotros y que a veces lo dudamos sin razón de ser pero Él se manifiesta a través de todo y todos los que nos rodean. Me resta decirles que luchen por sus familias, por ustedes mismos y que siempre estén de la mano de Dios y agradezcan por todo cuanto pasa en sus vidas porque la vida es maravillosa. Dios los bendiga y si necesitan una mano amiga síganme en @MaritzaPaz3 pues cumplo con la misión de ayudar a quienes están en este camino que ya culminé y espero que ustedes también lo hagan.