Miquel
Aquella llamada de un viernes del mes de enero de 1997 me cambió la vida. Había ido a hacerme unas analíticas y me llamaron desde el hospital porque habían detectado alguna anomalía extraña...
Y aquí va empezó todo....
Después de unos días ingresado y de multitud de pruebas se confirmó el diagnóstico: Leucemia Mieloide Crónica.
- "Ufff, esto es un cáncer, ¿no? Sí, me habían detectado un cáncer"...
¡Qué fuerte! Hasta entonces uno siempre se había imaginado que estas cosas pasaban a los demás, pero esta vez me tocaba a mí. El mundo se me cayó encima. Primero, la negación (no puede ser...), después, la rabia (¿por qué a mí?), al final, la aceptación (he de ser valiente y afrontar la realidad...).
Este era el único camino. Ser valiente y afrontar la realidad...
No estaba solo. Tenía a mi pareja, a mi familia más cercana (padres, hermano y hermanas), al resto de la familia, y a mis amigos... no les podía defraudar y sabía que ellos tampoco me defraudarían. Y así fue...
Empezó entonces todo el proceso...
El Hospital Clínic empezó a ser (y continúa siendo) un lugar de referencia para mí: las primeras visitas preparatorias, la infinidad de pruebas realizadas, la búsqueda de donante de médula compatible...
Recuerdo una frase del Dr. Montserrat durante mi primera visita al Clínic: "si quieres pide otro diagnóstico, incluso fuera de aquí (EEUU) pero que sean tan buenos al menos como nosotros"... No hacía falta marcharme fuera, estaba en las mejores manos.
Finalmente Coralí, mi hermana pequeña fue mi donante.
Tras un proceso largo y duro (sesiones de quimioterapia, radioterapia) llegó el día: el 17 de julio de 1997 me hicieron el trasplante de médula ósea. Mi segundo cumpleaños.
Empezaba otra fase del proceso. Días y días encerrado en aquella dichosa habitación. Creo que fueron unos 30 días. La verdad, no lo recuerdo exactamente. Lo que sí que recuerdo son los muchos momentos de silencio. Recuerdo que aprendí a disfrutar de cosas tan simples como contar hasta 1.000, imaginar el vuelo de una mosca, o simplemente esto, disfrutar del silencio...También fui consciente de la cantidad de programas basura que emiten todas las cadenas de televisión...
¡Qué abrazo más fuerte el día que me abrieron la puerta y pude volver a sentir el contacto de los míos!
A pesar de que el trasplante fue un éxito, los primeros años fueron duros, con recaídas, algún ingreso y pasos hacia delante, pero también alguno hacia atrás.
En todo caso, unos pasos necesarios para que mi cuerpo se adaptase a mi nueva médula. Un día, una enfermera me dijo: "Esto es como una orquestra con instrumentos nuevos. Ahora, cada uno de ellos ha de afinar y se tienen que acoplar todos otra vez...". Me gustó la metáfora...
Pues sí, la orquestra volvía a tocar, cada vez mejor, más afinada y con melodías más bonitas. De vez en cuando se rompía alguna cuerda de un violín o el clarinete desafinaba..., pero las melodías eran cada vez mejores...
Porque después de volver a nacer, uno tiene una percepción de las cosas diferente. Uno valora más las cosas del día a día, la normalidad, la cotidianidad, como algo mágico y especial que hay que aprovechar y vivir.
Los primeros años fueron duros. Sobre todo los inviernos, que se hacían lentos y a veces parecía que no se acababan. Pero al final, siempre se acababan y llegaba la primavera y el verano y el otoño y el siguiente invierno...
En todo caso, a partir de aquí, mi vida ha transcurrido con relativa normalidad. Una normalidad como la que tiene cualquier persona de mi edad: un proceso de crecimiento y consolidación profesional, un puesto de trabajo más o menos estable, una hipoteca... pero sobretodo disfrutando cada día al máximo y cerca de los míos.
Todo esto, con revisiones médicas anuales. Cada año, los días antes de las revisiones, me entran todos los miedos: "¿estaré bien?, ¿me encontrarán alguna cosa?". Pero al final, todo se acaba con una visita rutinaria con la Doctora Montse Rovira (¡Gracias Montse, eres una gran doctora, pero sobretodo, una gran persona!) en la que hablamos de todo menos de la enfermedad...
Actualmente tengo dos hijas preciosas: Mar, de 7 años y Aina de 3 años. En todo lo que os pueda decir de ellas no seré objetivo ya que para mí son las niñas más guapas y preciosas del mundo y las que me ayudan, junto con Olga, mi pareja y el resto de mi familia y amigos, a disfrutar de esto tan bonito a lo que le llaman VIVIR....
Miquel
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