Sofía
"Hola, mi hija se llama Sofía, tiene 11 años y somos de Costa Rica. Sofía tenía el cabello lacio y largo, y una sonrisa embriagante. Corría de un lado a otro con su camisa de la selección puesta, su garganta afónica por los gritos, su piel erizada por la emoción.
24 horas más tarde, esa misma niña estaba internada en el Hospital Nacional de Niños de Costa Rica.
Pasados dos días, los resultados de un examen de médula ósea revelaron lo incontrovertible y, al mismo tiempo, lo insospechado, su diagnóstico era: leucemia mieloide aguda.
Ha pasado poco más de un año desde entonces, pero la vida de Sofía ha dado un vuelco vertiginoso que podría marear a cualquiera. Ella misma lo sabe. “Todo ha sido como demasiado intenso”, me dice, sonrisa perenne en los labios, mientras se estira en uno de los sillones que amueblan la sala de nuestra casa, escondida en las montañas al norte de Heredia.
“Yo sigo mi vida normal, pero todo ha pasado rapidísimo”, cuenta.
Sofía no es una niña normal. No lo digo en un sentido negativo ni, mucho menos, peyorativo. Todo lo contrario: escribo desde la admiración. Uno no espera que una niña de once años hable con tal soltura, con tal madurez, con tal prestancia.
El 17 de febrero de este año, recibimos la noticia que habíamos esperado desde la mitad del curso anterior: un último examen de médula determinó que la quimioterapia había sido exitosa. El cáncer había desaparecido de su organismo y la niña estaba curada: la vida, el tiempo, el mundo eran suyos de nuevo. Para llegar hasta ahí, sin embargo, tocó recorrer un largo camino cargado de altos y bajos, de extremos; un camino que no cualquiera soporta, no solo a nivel físico sino anímico.
Pero algo está clarísimo: Sofía no es cualquiera. “Nunca lloré”, recuerda. La primera vez que estuvo internada, aislada de todo el mundo, Sofía leyó un rótulo que mencionaba los riesgos de enfermedad relacionada con la médula ósea. Astuta, se valió de su teléfono celular para buscar en internet claves sobre su padecimiento.
“Papi, ¿yo tengo cáncer?”, le dijo a su padre. Geovanny no se anduvo con rodeos: “No sé”, le dijo entonces, “pero sea lo que sea vamos a agarrarlo por los cuernos”.
Sofía hizo eso, justamente: agarró no solo al cáncer, sino a la vida misma por las astas. Ella, dueña de su propio destino, decidió que una pequeña enfermedad no sería rival para su ánimo, su espíritu y sus deseos de vivir.
Tampoco lo sería el tratamiento inminente, que la mantuvo lejos de su escuela, de sus amigos y de su familia durante más de la mitad de un año. “Cada sesión de quimioterapia era como un oponente. Como volver a jugar contra Italia. Y yo le decía, ja, ¿usted cree que me va a ganar a mí, quimio? Está muy equivocada”.
Sofía estuvo 8 meses internada, con bloques de un mes de tratamiento y le daban salida una semana a su casa.
Todo marchaba muy bien después de la hermosa noticia que Sofía ya no tenía cáncer. Regresó a la escuela y todo iba muy bien, hasta que llegó el mes de septiembre del 2015 dónde los hemogramas empezaron alterarse y llegó a finales de ese mes la pésima noticia que el cáncer había vuelto. Fue peor que la primera vez, volver a escuchar esa terrible noticia.
Ahora lo único que necesitaba Sofía era un trasplante de médula ósea, nadie salió 100% compatible, algo que también nos puso muy nerviosos. La Dra decidió que lo mejor era hacer un trasplante haploidéntico de su madre. Ahora, el 19 de noviembre, Sofía cumple un año de trasplantada".
Angélica, mamá de Sofía.